Hace 57 días que emprendí la aventura más incierta de mi vida. Recuerdo que la primera vez que escribí en el blog lo hice desde mi tierra, Mallorca y ahora lo hago desde mi segunda casa, Sucre (Bolivia). Y digo mi casa porque así me hacen sentir.
Exactamente, os cuento mi experiencia desde el hogar Misk’y Wasy (escrito en quechua quiere decir algo así como dulce hogar), en la zona de Zurapata, Chuquisaca/Sucre (la ciudad recibe hasta 4 nombres diferentes).
Os cuento que cuando llegué, me senti un poco desubicada puesto que no sabía dónde iba a estar ni cuáles serían mis funciones. Ahora, estoy completamente ubicada e integrada, tanto que no sé si seré capaz de decir adiós.
Doña Luisa (o Doña Lui o Lulú, para los amigos) es una persona brillante, llena de amor y alegría. Es como una abuela para las niñas y los que vamos llegando. Y digo abuela porque el puesto de mamá ya está ocupado. Nos cocina cada día y con cada plato nos acerca un poco más a la cultura chuquisaqueña. Ya me voy familiarizando con eso de que “aquí todo pica” y con los nombrecillos de algunos alimentos. Tengo buenas maestras y mucho interés por aprender. Arbejas (guisantes), chuño (patata deshidratada), ají (condimento que pica un potosí), api, pipocas (palomitas), durazno (melocotón), palta (aguacate), mocochinchi (que viene a ser algo así como orejones), harto (para señalar que es mucho) o mote (una variedad de maíz de las tantas que hay aquí) son algunas palabras con las que ya estoy familiarizada.
La Licenciada (léase como lisen) Vanesa ocupa el puesto de mami. Ella es la que se encarga de que todo esto funcione, es el motor del hogar. Gracias a ella, el hogar adquiere prestigio y marcha correctamente. Pero lo que muchos no saben es que además de ser una excelente madre de 32 niñas, es una gran persona y amiga. No todo el mundo tiene la suerte de poder conocerla y acercarse a ella ya que desempeña muchas funciones dentro del hogar además de la de educadora. Yo, me considero una privilegiada porque cada día comparto algo diferente con ella. Me enseña cada rinconcito de su cultura y gracias a ella he aprendido a amar las pequeñas cosas de Sucre.
Don William (el conserje y padre del hogar de los chicos), Katia (la administradora y mujer molona), Nelly (la mamá del hogar de chicos), Amparo (voluntaria española afincada en Sucre), los otros voluntarios, los chicos del hogar Lusavi, Doña Irene, y otras tantas personas que pasan a diario por ambos hogares, también forman parte de esta gran familia que cada día lucha por intentar dar un mejor futuro a unos niños que no tienen los privilegios que otros gozan.
¿Y qué voy a decir de mis niñas? Dicen que lo mejor se deja para lo último y ellas, son lo mejor. Son las que dan alegría, dolores de cabeza, las que te regalan sonrisas y reclaman abrazos, las que todo el tiempo piden tu atención y cariño, las que te roban lágrimas y te devuelven amor, las que te dan los buenos días y las buenas noches, las que te ofrecen sin importarles quedarse sin, las que te cuentan sus historias en la escuela y de las que te sientes orgullosa cuando ves sus boletines del colegio. Las que te hacen creer que todo vale la pena y por las que luchas sin importar el trabajo pesado diario.
Nancy, Sandra, Zulma, Ximena, Zulema, Jhaneth, Yashira, Celia, Belén, Nicol, Maribel Garnica, Sofía, Rosita, Maribel Velasquez, Mariela, Virginia, Carmen, Abigail, Rosalía Moreno, Noemí, Joselinda, Juanita, Bethy, Fabiola, Jhovana, Rosmery, Rosalía Choque, Mayra, Ayda, Rosa Mary, Elza y Mery son las culpables de que parte de mi alma se quede aquí en Sucre, con ellas.
Danna Robles, voluntariado para la Fundación Amazonia desde Sucre, Bolivia.