Prácticas en Tarija, Bolivia

Durante mi estancia en Bolivia no tuve oportunidad de publicar en este blog, pero querría aprovechar que ya he regresado a la isla para compartir con vosotros un texto con mis impresiones durante las prácticas en el centro de salud San Lorenzo:
La pobreza es algo que se puede palpar, sobretodo en la periferia de las ciudades. Casas de ladrillo sin pintar, perros callejeros devorando la basura que se acumula en una esquina, niños trabajando, los rostros marcados de sufrimientos, las miradas profundas como un pozo. Cuando uno aprende más de este país en esos momentos de silencio, esos momentos que pasas sentado en un micro-bus, recorriendo calles y mercados, observando a la gente vivir.
He disfrutado mucho conversando con los bolivianos. Como ven la colonización, la larga historia de pérdidas que tienen (parece que la única guerra que ganaron fue contra España, con sus vecinos no les fue tan bien y han perdido muchos territorios ricos), la falta de salida al mar que les duele especialmente, críticas y elogios a Evo, el suspirar ante los bloqueos y decir “así es mi país”.
Hemos hecho buenas migas con un profesor de enfermería llamado Henry. En una sociedad pintada aún con muchos tabúes religiosos y sexuales, Henry se siente diferente y tiene una mente más abierta que los demás. Dice que se lleva bien con la gente que viene de fuera por esa misma razón. Nos cuenta lo frustrante que es dar clases de sexualidad, lo difícil que cuesta que la gente se abra y hable de ello con naturalidad.
Nuestro color de piel marca nuestra relación con los demás. Muchos ríen cuando les comentamos que hay personas más blancas aún que nosotros. Y no terminan de creer que en verano nos volvamos más morenos por el sol. Con el paso de las semanas, yo ya casi ni noto esa diferencia de tonalidad… pero para la sociedad aún soy un gringo o, a lo máximo, un español.
Hoy un hombre ha increpado a la enfermera del centro de salud porque no le estaba atendiendo. La enfermera estaba terminando de hablar con el padre de un paciente, y le dijo que si no quería esperar su turno que podía marcharse. Celia ha saltado a defenderla, y el hombre se ha ofendido aún más. Ha dicho que no queríamos tratarlo porque era campesino, y no sé qué cosas más que nadie más que él había dicho. Ocurre en esta sociedad, te comenta la gente, que Evo Morales está inculcando en la población campesina e indígena un orgullo y un deseo de reclamar lo que es suyo que no siempre deriva en mejoras sociales. Muchos campesinos desconfían ahora de la gente la ciudad, y creen que tienen prioridad a la hora de ser atendidos (es algo así como lo que he experimentado en muchas ocasiones tratando con población gitana en España). Es una pena que se divida al país de esa manera, creando confrontación.
El primer día de prácticas fue duro aceptar los pocos recursos que teníamos para tratar a una población tan falta de salud. Pero tras varias semanas me siento diferente. Te sientes bien contigo mismo cuando haces todo lo posible por tu paciente, con todo lo que tienes a mano. Desbridar sin bisturí, inyectar en una sola jeringa penicilina más otro medicamento y apañártelas para que entre en el músculo, lograr una esterilidad prácticamente simbólica y luego darte cuenta que ese paciente va a volver a su casa, va a ponerse a trabajar el campo con los excrementos, el barro y todo; le va a durar más bien poco el vendaje que le has podido hacer con gasa y esparadrapo de tela… quedarte sin luz y atender un parto con linternas. Encontrarte heridas hace tiempo cicatrizadas aún con los puntos…
Salir a vacunar es muy interesante. Hoy hemos acudido a un comedor social de ancianos, que funciona un poco como los centros de día de España. La gente mayor va allí a comer caliente, pasar rato con otra gente, aprender a leer y escribir, hacer manualidades… Nos han recibido con los brazos abiertos, y he perdido la cuenta de a cuanta gente hemos vacunado en el espacio de una hora.
Una niña con síndrome de down me mira, mientras intento aclararme de que paciente ha sido vacunado ya y aún se ha registrado y cual se ha registrado pero aún no se ha llevado pinchazo. Joana busca en la lista el nombre de un paciente para averiguar su edad, que él mismo desconoce. Celia se deja llevar por su alma de fotógrafa e inmortaliza el momento.
Le pedimos a una señora que nos deje hacernos una foto con nosotros. Se niega, dice “¿Cómo sé yo quien va a ver esa imagen?”. No insistimos más. Yo pienso: “Pues tiene razón”. Le recomendamos que mueva los dedos del brazo que se ha facturado, y que lo mantenga a la altura del corazón.
Caminamos por las calles llamando a las puertas, cargados de bolsas y mini-neveras: “Venimos a vacunar de la gripe a abuelitos mayores de 65 años”. Los niños se te acercan con aprensión, temiendo que también pretendas pincharles a ellos. Otros te preguntan: “¿Qué están vacunando?”. Se hace difícil hacer que te entiendan cuando les preguntas si son alérgicos al huevo. No entienden que relación puede tener con esa vacuna. En una casa, nos encontramos con una señora mayor con una gran barriga. Parece una ascitis comentamos, y nos esforzamos por convencerla de que acuda al centro de salud en cuanto pueda. “Le pueden pinchar eso y extraerle el líquido” le comenta una de mis compañeras. “Antes estaba más dura la barriga, se va vaciando” comenta su hija. No parecen ver necesidad de hacer nada para solucionar esa barriga tan hinchada que parece ir a reventar.
Nunca vi tan claro la importancia de la atención primaria como ahora. Y nunca pensé que, desprovisto de toda mi abundancia de materiales y recursos sanitarios, aún podría sentirme un buen enfermero y hacer mi trabajo.ImageImage